La inquietante historia de Sally Horner, la niña que inspiró a Lolita

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Era el 1953 cuando Vladimir Nabokov completó Lolita, la novela con la que vendió más de cincuenta millones de ejemplares y generó uno de los casos editoriales más escandalosos del siglo XX: la angustiosa historia de un hombre adulto que se apodera de una inocente de doce años de edad, viviendo una relación pedófila por más de un año, contada por él en primera persona. El libro en el que se inspiró Kubrick para su película de 1962 tiene una trama adictiva y psicológicamente profunda, pero su génesis no fue nada fácil: Vera, la esposa de Nabokov, dice que la idea de esa novela estuvo atascada en la mente de su marido durante años, y varias veces tuvo que recuperar de las cenizas las páginas del manuscrito que él quemó frustrado, incapaz de llevar a cabo el proyecto. Tras años de intentos, la situación se destrabó recién en 1952, el año anterior a su publicación, debido a una noticia que llenó los diarios estadounidenses ese verano: la trágica historia de Sally Horner.

Las desventuras de Sally Horner comenzaron en 1948, cuando solo tenía 11 años. En ese momento ella estaba en quinto grado en Camden, Nueva Jersey, y vivía con su madre Ella (quien trabajaba duro como costurera para mantener a la familia) y su hermana mayor. En la primavera de ese año, la niña se unió a un grupo de otras niñas de la escuela y se coló en una tienda de Woolworths, robando un cuaderno de 5 centavos. Inmediatamente fue detenida por un hombre de unos cincuenta años, quien la intimidó presentándose como un agente del FBI y diciéndole que su trabajo era llevar a niñas como ella a la correccional.

En realidad su nombre era Frank La Salle y acababa de salir de prisión acusado de pederastia contra otras niñas, con edades que oscilaban entre los 12 y los 14 años. Cuando descubrieron a Sally, se asustó y se echó a llorar. La Salle fingió ablandarse y le propuso un trato: la dejaría marchar si prometía obedecerle cuando él se lo ordenara.

Frank La Salle

Apareció unas semanas después, pillándola sola a la salida de la escuela: lo que le dijeron a Sally fue que el gobierno de Atlantic City quería la niña allí, y que por tanto tendría que decirle a su madre que se marchaba por un tiempo par ir veranear con el padre de un amigo suyo. Si revelaba la verdad, iría a la cárcel. “Me dijo que el gobierno le había ordenado que me cuidara”, dijo Sally a la policía poco tiempo después.

La historia fue preparada con gran detalle, y el propio La Salle se encargó de llamar a la madre de Sally, explicándole que en su casa de la playa había todo el espacio necesario y que la presencia de Sally no molestaría en absoluto. En las condiciones económicas en las que vivía la familia de Sally, la idea de unas vacaciones en la playa resultaba prohibitiva, por lo que sonaba como una gran oportunidad para regalarle a la pequeña unos días alejada de la ciudad. Ese verano la pequeña se despidió de su madre y se subió a un autobús con destino a la costa de Jersey. Era el 14 de junio de 1948: su madre la volverá a ver casi dos años después.

Sally y La Salle alquilaron una habitación junto al mar e inmediatamente comenzaron a presentarse como padre e hija. Sally le envió cartas a la madre y la llamó con frecuencia durante seis semanas. Luego, el 31 de julio, Sally escribió una carta diciendo que se iban a Baltimore. Agregó lacónicamente que “volvería pronto a casa”, pero concluyó diciendo que ya no quería escribir.

La madre, presa del pánico, llamó a la policía. Los policías irrumpieron en el apartamento indicado por las cartas de Sally el 4 de agosto, encontrándolo vacío, pero de inmediato dedujeron que los dos habían salido de ese lugar con mucha prisa: había dos maletas listas, que no se habían llevado, y también el sombrero de Salle se había quedado allí. Los policías también encontraron una foto que su madre nunca había visto: mostraba a Sally en un columpio, con un vestido con flecos, calcetines blancos recogidos en los tobillos y zapatos de cuero brillantes. Al día siguiente se presentó una denuncia por secuestro y los policías iniciaron la persecución. La foto de la niña en el columpio apareció en los periódicos nacionales y la gente comenzó a memorizar el rostro de Sally Horner.

La foto en el columpio

Sally y La Salle, mientras tanto, estaban justo donde la niña había dicho: Baltimore. Como la propia Sally le dirá a la policía más tarde, la violencia comenzó la primera noche que estuvieron en Baltimore y no se había detenido desde entonces. La Salle se presentó como un padre viudo con su hija, y también se ocupó de enviar a Sally a la escuela ese año, en una institución católica. Al año siguiente, los diarios anunciaron que La Salle fue acusado de secuestro y condenado a una pena de 30 a 35 años, lo que lo llevó a mudarse nuevamente, esta vez a Dallas. Allí Sally fue a otra escuela católica y comenzó un nuevo año. Pero en febrero de 1950, La Salle decidió que era hora de volver a mudarse.

En ese momento, las cosas comenzaron a desmoronarse. Sally comenzó a contarle a una compañera de escuela lo que pasó en esos años. Ayudada también por los vecinos, que habían olido algo anormal en esa situación, Sally estalló y finalmente contó sobre el abuso. Una mañana, mientras La Salle salía a buscar trabajo, Sally fue a casa de los vecinos y, animada por ellos, telefoneó a su hermanastro. Irrumpió en el teléfono gritando que llamara a la policía y vinieran a rescatarla. Mientras las patrullas se acercaban a la casa de los vecinos, Sally estaba aterrorizada y se preguntaba qué pensaría La Salle cuando se enterase de lo que hizo.

A partir de ahí la situación quedó finalmente resuelta. Y la prensa no dejó de cubrir todos los aspectos: el 31 de marzo de 1950, 21 meses después del secuestro, Sally abordó un avión rumbo a su casa y sus fotos dieron la vuelta a Estados Unidos. El 3 de abril, La Salle se declaró culpable y fue condenado a 30 años de prisión.

El regreso a la normalidad para Sally no fue fácil: incluso después de que la historia llegara a las páginas de los periódicos, la niña estaba mal vista, una situación típica de todas las víctimas de violación en ese momento. Sin embargo, no fue allí donde Nabokov profundizó en la historia y extrajo las ideas para terminar Lolita. Presuntamente eso sucedió en el verano de 1952, cuando el destino quiso que Sally Horner volviera a terminar en los periódicos, y siempre entre las páginas de noticias policiacas: la niña, ahora de quince años, había pasado un par de días de fuego con un veinteañeron llamado Ed Baker, fingiendo ser mayor de edad. Baker la estaba llevando para tomar el autobús a casa cuando chocó contra un camión averiado. El lado del pasajero se llevó la peor parte y Sally murió instantáneamente. Los periódicos titulaban: “Florence Sally Horner, de 15 años, de Camden, Nueva Jersey, una niña que había pasado 21 meses secuestrada por un abusador de niños, murió en un accidente automovilístico”.

Era el 18 de agosto de 1952. Ese verano Nabokow empezó a trabajar febrilmente en su novela, completándola en pocos meses. Lolita se completó al año siguiente y se publicó oficialmente en Francia en 1955. El libro de Sarah Weinman The Real Lolita (publicado este año y destripado por el New York Post en este artículo, junto con el resto de esta historia), explica cómo la segunda aparición de Sally Horner en un periódico ayudó a Nabokov a convertir ese manuscrito parcial condenado al fracaso, en un éxito epocal.

Nabokov nunca admitió que la historia de Sally Horner fuera la base de Lolita. Pero hay una frase, hacia el final de la novela, en la que el protagonista de Lolita, Humbert Humbert, en medio de uno de esos momentos en los que estaba pensando claro con su conciencia, se hace esta precisa pregunta:

“¿Le hice a Dolly lo que Frank La Salle, un mecánico de cincuenta años, le hizo a Sally Horner, de 11, en 1948?”


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